viernes, 24 de enero de 2014

Incoloro

La luz de la habitación es naranja y fuera la calle es blanca. Arrastro los pies para no caer mientras siento el frío polar como si fuera algo más cálido y doloroso: el golpetazo del agua cuando aprendíamos a tirarnos de cabeza y acababamos cayendo en plancha. Respiro bajo la bufanda y mis gafas se empañan y entonces no veo nada, encogida como voy y rodeada de hielo. Me da miedo.

La luz de la habitación es naranja y las incertidumbres no tienen ningún color pero flotan por la habitación cuando me quito las catorce capas de piel textil que protegen mi piel celular. Sirve vino a mi copa o brindemos con champán porque es un día cualquiera y nuestra vida es maravillosamente desastrosa. Sirve vino a mi copa y brindemos bajo la luz naranja de una lámpara de papel comprada por cuatro duros.

Luego en la cama leeré en alto y Berlín será un personaje más en la novela. Y no me cansaré de pronunciar cada palabra, de repetir aquellos párrafos que más me gustaron, de sentir tu cabeza apoyada contra mi pecho. No sé si duermes pero sigo leyendo.

La luz naranja de la habitación se apagará hasta mañana y fuera, la calle, guardará el blanco.
Y las incertidumbres incoloras, pero no indoloras, seguirán flotando entre nosotros.

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