Y si afuera no está lloviendo debería hacerlo. La oscuridad se va adueñando de la casa y nadie enciende las luces. Y el cuerpo no responde (debería hacerlo). Quiere dormir pero no duerme, y abro los ojos y voy desentrañando las formas azules de la mesa, de los libros, de la ropa acumulada en la silla. Debí dejar mi alma abandonada en la barra de un bar, beberme dos gin tonics o tres. Acumular tristezas y fracasos a lo largo del tiempo y sacarlos todos a pasear tal día como hoy.
La casa se llena de luces, el útero se encoge y se desprende y las piernas flojean. Y me pregunto qué es lo que provoca esta reacción de alergia a la vida, esta lluvia y esta desidia. Fui recogiendo piedras que guardé en un bolsillo y ahora se acumulan todas junto a mi puerta. No me dejan salir (deberían hacerlo).
Las calles de la ciudad más olvidada de la tierra lucen grandiosos su carteles electorales de colores brillantes. Yo espero un autobús que no pasa en la dirección correcta (o tal vez sea yo la que no esté en el sitio adecuado) y cuando llego a casa rompo un vaso. Los cristales se me clavan en la muñeca y sangro. Poco, casi nada. La sangre se me escapa por otro lado, los cristales se me clavan en otro punto. Quiero rendirme en el suelo de la cocina y llorar a borbotones, como la sangre de mis muñecas que no se escapa (debería hacerlo).
Tal vez así, tumbada y desbocada, echada a perder como esta tarde absurda, podría recoger todos los fragmentos y hacer que tuvieran sentido.
La lluvia, el cuerpo, las piedras, la sangre.
Debería hacerlo.
La casa se llena de luces, el útero se encoge y se desprende y las piernas flojean. Y me pregunto qué es lo que provoca esta reacción de alergia a la vida, esta lluvia y esta desidia. Fui recogiendo piedras que guardé en un bolsillo y ahora se acumulan todas junto a mi puerta. No me dejan salir (deberían hacerlo).
Las calles de la ciudad más olvidada de la tierra lucen grandiosos su carteles electorales de colores brillantes. Yo espero un autobús que no pasa en la dirección correcta (o tal vez sea yo la que no esté en el sitio adecuado) y cuando llego a casa rompo un vaso. Los cristales se me clavan en la muñeca y sangro. Poco, casi nada. La sangre se me escapa por otro lado, los cristales se me clavan en otro punto. Quiero rendirme en el suelo de la cocina y llorar a borbotones, como la sangre de mis muñecas que no se escapa (debería hacerlo).
Tal vez así, tumbada y desbocada, echada a perder como esta tarde absurda, podría recoger todos los fragmentos y hacer que tuvieran sentido.
La lluvia, el cuerpo, las piedras, la sangre.
Debería hacerlo.