martes, 30 de noviembre de 2010

Tren nocturno a Budaypest


Debe ser muy verde, pero ahora está helado. Un manto blanquecino difumina los colores. Cruzamos un río y luego otro. No sé qué hora es pero está amaneciendo. ¿Las siete? No recuerdo cuando me quedé dormida pero debió ser muy pronto. Cuando no hay sol y una ha terminado de compartir cena con dos personas en apenas un metro cuadrado y no funciona la luz junto a la cama, no hay nada mejor que cerrar los ojos y soñar. Me encanta que hayamos hecho este viaje en tren.

Frauke duerme en lo más alto de la litera y Suzana se bajó en Bratislava. Nuestro compartimento parece un submarino amarillo. Excepto por la ventana que nos trae de vuelta un sol redondo y rojizo que tiñe las nubes de rosa.

Rectifico. Los campos son azules. De un verde blanco casi azul. Todo es llano, muy llano. A lo lejos difuminadas y azules se ven unas montañas. Ya no cruzamos ningún río, sino que viajamos pegados a su orilla. Es un río tan ancho que parece un lago. Me pregunto si será el Danubio. 

Traen el desayuno. 
Debe quedar media hora. 
Seguro que es el Danubio.
Felicidad...

 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Elixir



Algo se rompe dentro de Caro. Tiene veintirés años y hasta hace unas horas un novio alto y guapo con el que compartir desayunos y cenas, camas, sofás, coches, idas y venidas, un par de años. Ahora su piel transparente esta roja, irritada por unas lágrimas que no curan, ni tampoco la hacen sentir mejor, pero que son inevitables. Yo le regalo una pastilla de sol de las que me regaló Rocío y dentro una frase de Tagore le recuerda que siempre brilla el sol, a pesar de. 

Últimamente solo hablo de rupturas y me pregunto qué extraño elixir tiene esto del amor que nos hace volver siempre a pesar de las huidas. No desesperemos, no generalizamos. No nos volvamos locos todavía. Porque también hay quien, en estos tiempos inciertos, se enamora. Con fragilidad, con delicadeza. Con mucho miedo, con muchas ganas. Lo imposible se vuelve posible y de repente lo extraño es que no hubiera sido así siempre.

Unos entran y otros salen y mientras yo hago la maleta. Le temo al frío como si ahí donde voy pudiera hacer más frío que aquí. Como si la niebla del Danubio fuera más densa que la del Spree.Voy a una ciudad que fueron dos ciudades y me hace gracia. Berlín también era dos y ahora es mucho más que una. Tengo el don de sentir las nostalgias que vendrán y con la maleta hecha pienso en las semanas que apenas quedan para hacerla de verdad. Para salir mientras otros entran en esta ciudad de idas y venidas, de gente que busca y que encuentra.

Y también me pregunto qué extraño elixir tiene Berlín. Qué extraño elixir, Madrid. 
Porque yo también vuelvo. 
Siempre.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Desencuentros



Nos besamos un día de sol y de invierno. Estábamos haciendo una barbacoa en un lugar precioso y ni siquiera teníamos veinte años. Bebíamos cerveza con ansia, con ganas, con una desesperación adolescente y la risa floja. Yo me acerqué a ti y te besé. Supongo que fue la cerveza, la desesperación adolescente y la risa floja. No lo pensé. Tú me miraste perpleja y no dijiste nada. Me sonreíste con tristeza y te diste la vuelta.

Después de aquello nunca volvimos a decirnos nada importante. Yo dejé de quererte, supongo. Me enamoré de un amigo de otro amigo de alguien y estuvimos perdiendo el tiempo durante algunos años. Luego tú te fuiste, yo me fui. Alguien me dijo que vivías con un chico en una casa del centro. 

Años después nos encontramos en una ciudad cualquiera. Yo iba de la mano de un chico de sonrisa dulce con el que compartía piso, gato y penas de amor. Cuando te marchaste te señalé con el dedo y confesé que una vez, en otra vida, te había querido. Cuando creía que me gustaban las mujeres.

Hace poco nos cruzamos en el metro. Yo salía de una cama ajena, despeinada y feliz y tú, camino al trabajo, dormitabas sobre el hombro de otra chica que te acariciaba la cabeza. Alguien me dijo que hacía años que vivías con ella. Que planeabas casarte ahora que ya era posible.

A mi se me atragantó la copa de vino al escucharlo y frente a mi vi pasar una vida posible. 
Pero hacía mucho tiempo que ya no teníamos veinte años.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

tiempo de revolución



Es tiempo de revolución reza un cartel junto al albergue donde se quedaron las visitas. Proceso la foto y la subo a Internet. La comparto por si alguien más quisiera darse por enterado y hacer algo. Pero afuera hace viento y llueve y todos los árboles han perdido sus hojas y parecen esqueletos que quieren atraparnos. Es tiempo de revolución pero dentro, mi cuerpo es pesado, mi mente está confusa y solo puedo escuchar música mientras contemplo como la oscuridad se adueña de la ciudad y la desgana tiene forma de pijama.

Alguien toca una trompeta en el interior de mi ordenador y hablamos de qué hacer. No se nos ocurre nada, así que seguimos dándole vueltas al mismo tema. Siento un desamor que no me pertenece y mi cabeza deshecha la idea. Es solo un dolor reflejo que está a muchos kilómetros de aquí. Qué sentido tiene preguntan algunas y Macarena se aferra a la cabeza rubia y amada, como si con ese gesto nos pusiera a salvo a todas.

Al otro lado de este Berlín mojado, las calles de mi infancia andan inquietas, pero esa no es la revolución que reza la pintada. No destila optimismo, como las luces de neón sobre la pared de cemento. Los corazones rotos nunca fueron una revolución sino una guerra perdida.

Paseamos por esta ciudad que es muchas ciudades. Arañamos la historia bajo el paraguas mientras alguien nos cuenta. Aquí es historia lo que queda y lo que no queda. Lo destuido y reconstruido, lo que borraron pero no olvidaron. Nos bebemos una cerveza y luego otra y medimos los centilitros del licor dorado que nos hincha la barriga en un bar con nombre de revolucionario. Nos reímos y la revolución somos nosotros, que queremos comernos el mundo, la noche, esta ciudad. Tanta es el ansia que acabamos premutaremente en la cama. 
  
Pero así acaban siempre todas las revoluciones.

jueves, 11 de noviembre de 2010

En esto andamos...

Han estado mis amigas en Berlín unos días. Ha llovido, ha hecho frío y ahora, cuando ya estoy sola, sale el sol en la ciudad del muro. No podía ser de otra forma. Todos los árboles están desnudos frente a mi ventana y a mi me da pudor observarles. Esqueléticos, arrugados, acobardados ante el frío. Soñando con su manto dorado que les arrebató el viento. La acera es ahora la protagonista. La rueda de mi bicicleta verde hace crujir las hojas y en todas partes huele a campo. Pero estoy en la ciudad.

No descuido el vestido a rayas pero estoy metida en varias cosas a la vez. No es novedad. Pero a lo que más energía le estamos poniendo (en plural porque somos dos) es a
esto

Pasen y vean.
En esto andamos.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas