Hasta aquel día el librero no soportaba a las palomas, ni le gustaban especialmente los libros de Cortázar. Hasta aquel día, el día que se le coló en la tienda una paloma. Fue una mañana de bochorno, y vino atraída por el aire fresco de su aparato de aire acondicionado. Esa fue la primera coincidencia.
Había estado toda la semana esperando a que vinieran a arreglarlo y justo el día anterior habían llamado a última hora para decir que se pasarían a primera si no había ningún problema. No, no lo había y llegaron, justo después de abrir, dos hombres con una escalera y una caja de herramientas. Espero que no tarden mucho, pero tardaron. Lo llenaron todo de polvo y para cuando el librero consiguió adecentarlo ya era casi mediodía. No había vendido ningún libro todavía, aunque al menos ya no hacía calor dentro de la tienda.
Entonces se coló la paloma. No la vió entrar por la puerta pero escuchó su aleteo cerca del almacen. Se asomó y la vio allí, en el pasillo de guías de viajes, justo delante de una portada con la plaza de San Marcos de Venecia. Te gusta, ¿verdad?, pues ¿qué te parece si sales de mi tienda y te vas volando hasta el Gran Canal?
Pero solo consiguió asustarla y que se marchara hasta la sección de biografías. Bueno, pensó el librero contemplando la sonrisa forzada de José Mari en la portada, si has de hacerlo en algún sitio mejor ahí.
Justo entonces entró ella. Miraba ensmismada las mesas de exposición, sin buscar nada concreto, revoloteando entre los libros de bolsillo y las novedades editoriales. Cogió una edición barata de McCarthy, la dejó. Hojeó un libro de relatos de Scott Fitzgerald, se paró a leer la primera página, sonrió y lo guardó bajó el brazo. Siguió paseando entre los pasillos, parándose a cada rato.
Mientras tanto la paloma había desaparecido de la sección de las biografías y el librero había decidido no confíar en su (mala) suerte y esperar, a pesar de todo, que la paloma no espantara a la única compradora del día. Se dirigió hasta el mostrador y empezó a etiquetar los últimos libros que le habían traído y que entre el lío del aire acondicionado y el de la paloma no había organizado.
Cuando la chica vio que lo que habían llegado eran los "Papeles inesperados "de Cortázar sonrió emocionada. ¿Ya está en venta? Me lo llevo. Y la sonrisa que se le pintó en la cara se le antojó al librero la más bella que había visto nunca.
La observó alejarse con el libro entre las manos y suspiró.
En ese momento apareció en su campo de visión la maldita paloma. ¿Por qué tú te quedas y ella se va? No me digas que no es injusto. Y mientras hablaba mentalmente con la paloma le propuso un trato: traémela de vuelta y te dejaré que vivas entre mis libros.
A punto estaba de empezar a cerrar la tienda cuando oyó a su espalda el sonido de las puertas corredizas abriéndose. Verás, no sé como decirte esto- y de nuevo la sonrisa más bella del mundo- pero hay una cagada de paloma en la parte de atrás del libro. ¿Me lo cambiarías por otro?
Había estado toda la semana esperando a que vinieran a arreglarlo y justo el día anterior habían llamado a última hora para decir que se pasarían a primera si no había ningún problema. No, no lo había y llegaron, justo después de abrir, dos hombres con una escalera y una caja de herramientas. Espero que no tarden mucho, pero tardaron. Lo llenaron todo de polvo y para cuando el librero consiguió adecentarlo ya era casi mediodía. No había vendido ningún libro todavía, aunque al menos ya no hacía calor dentro de la tienda.
Entonces se coló la paloma. No la vió entrar por la puerta pero escuchó su aleteo cerca del almacen. Se asomó y la vio allí, en el pasillo de guías de viajes, justo delante de una portada con la plaza de San Marcos de Venecia. Te gusta, ¿verdad?, pues ¿qué te parece si sales de mi tienda y te vas volando hasta el Gran Canal?
Pero solo consiguió asustarla y que se marchara hasta la sección de biografías. Bueno, pensó el librero contemplando la sonrisa forzada de José Mari en la portada, si has de hacerlo en algún sitio mejor ahí.
Justo entonces entró ella. Miraba ensmismada las mesas de exposición, sin buscar nada concreto, revoloteando entre los libros de bolsillo y las novedades editoriales. Cogió una edición barata de McCarthy, la dejó. Hojeó un libro de relatos de Scott Fitzgerald, se paró a leer la primera página, sonrió y lo guardó bajó el brazo. Siguió paseando entre los pasillos, parándose a cada rato.
Mientras tanto la paloma había desaparecido de la sección de las biografías y el librero había decidido no confíar en su (mala) suerte y esperar, a pesar de todo, que la paloma no espantara a la única compradora del día. Se dirigió hasta el mostrador y empezó a etiquetar los últimos libros que le habían traído y que entre el lío del aire acondicionado y el de la paloma no había organizado.
Cuando la chica vio que lo que habían llegado eran los "Papeles inesperados "de Cortázar sonrió emocionada. ¿Ya está en venta? Me lo llevo. Y la sonrisa que se le pintó en la cara se le antojó al librero la más bella que había visto nunca.
La observó alejarse con el libro entre las manos y suspiró.
En ese momento apareció en su campo de visión la maldita paloma. ¿Por qué tú te quedas y ella se va? No me digas que no es injusto. Y mientras hablaba mentalmente con la paloma le propuso un trato: traémela de vuelta y te dejaré que vivas entre mis libros.
A punto estaba de empezar a cerrar la tienda cuando oyó a su espalda el sonido de las puertas corredizas abriéndose. Verás, no sé como decirte esto- y de nuevo la sonrisa más bella del mundo- pero hay una cagada de paloma en la parte de atrás del libro. ¿Me lo cambiarías por otro?
Y la paloma lectora se quedó en la librería para siempre.