Era gris. Era vieja. Era complicada y gruñona y siempre le daba por fastidiar en los peores momentos. Era odiosa. Sin embargo no se por qué, yo me hice con ella y ella conmigo.
Prometí arreglarla si volvía. Pero no volví...
No volví y ahora mi bicicleta languidece aparcada frente al número 1 de Lubbener Strasse. Lo pienso y es entonces cuando me hieren las promesas incumplidas, las personas que deje abandonadas, los sueños en los que tiré la toalla.
Y me pongo triste.
y tiene timbre
y cesta
y cesta
y luz
y también es vieja, pero está arreglada.
Esta sí.
Montada sobre ella Madrid parece menos monstruo y no me devora. No cierro los ojos (Madrid no es Berlín y aquí más que cerrarlos hay que abrirlos mucho no vaya a ser que tengamos un disgusto) pero hoy bajando por la calle del Olivo a mil kilómetros por hora volvió el viento frío en la cara y esa sensación del aquí y del ahora, del instante de felicidad que dura nada pero llena todo. Se me abrieron los pulmones (para respirar el aire contaminado de este Madrid sin lluvia) y las comisuras de la boca.
Con el viento en la cara, pensé, siento, las nostalgias no me duelen...
y se acaba la bajada
y no importan las traiciones
Con el viento en la cara, pensé, siento, las nostalgias no me duelen...
y se acaba la bajada
y no importan las traiciones
sigo pedaleando...