martes, 30 de diciembre de 2008

rojo sobre amarillo



Las ciudades amarillas se tiñen estos días de navidad de rojo sangre. Otra vez y otra más y bonita manera de aprender de la historia. Sembrando odio, cultivando odio, recogiendo odio. Dando lecciones de como matar moscas a cañonazos.

Lo que ocurre en Gaza no tiene nombre, es solo una mezcla letal de colores en una paleta sin musas ni artistas. El rojo sobre una tierra amarilla como la ira y seca como la miseria. Rojo sobre amarillo y de la mezcla el negro, la oscuridad que borra cualquier vestigio de verde esperanza.

Faltan apenas dos días para que acabe 2008.
Otro año que tiramos por el desagüe...

Viñeta de Ramón de El País

martes, 23 de diciembre de 2008

carretera y manta

Para Sara...
Carretera y manta.
Y nos vamos.
Adónde.
A un lugar donde nos encontremos y nos reencontremos. Donde me mires y me digas que no pasa nada, que todo va a ir bien. Que lo finito se volverá infinito y que no viviré con el miedo a que te vayas una noche de casa y no vuelvas. A que se vacíe el armario, a que se despeguen tus pies de nuestro suelo. A que no te huela en las dobleces de la cama.

Cogemos carretera y manta y nos escapamos. Huimos de este desamor estructural, de esta sociedad con fecha de caducidad. Tú al volante y yo acurrucada a tu lado exterminaré los temores a la luz de tus promesas. Y ya no me asustará pensar que tal vez me despierte una mañana y sienta que ya no te quiero, que me ahogo, que quiero más.

Nos vamos.
Déjame la eternidad, que ya volveremos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

regresando

Tengo un billete de autobús sobre la mesa y un recorte de periódico sobre una exposición de tebeos durante la Guerra Civil en el Centro de Memoria Histórica de Salamanca. Planes y una vuelta a casa por Navidad no del todo cierta, puesto que mi casa no está en Salamanca pero mis padres ahora sí, y en entas fechas (en todas las fechas) el hogar está donde se encuentran las personas que quieres.

Algo se mueve en esta ciudad y se nota. Gente que va y que viene, encuentros y despedidas. Buscamos el hogar, volvemos. Frauke estará ya tomándose un café en la Oranien, recordando que lo de Madrid, por mucho que se queje, no es frío. Fran sobrevuela el espacio aéreo europeo cruzando los dedos para que las protestas griegas no le tengan retenido en el aeropuerto más tiempo del necesario. Paty agota sus últimas horas en La India. Lamelilla calculará el tiempo qué le queda para descubrir cuántos centímetros creció su sobrina en estos meses.

Y yo mientras pienso en maletas y en barras de turrón. En las luces horteras que este año se han colado en la plaza de Chueca, en la cola que día a día invade la Gran Vía junto al puesto de Doña Manolita, en qué ni siquiera sé cuando es el sorteo y en que no me importa.

Porque lo importante en estos días es tener un abrazo en el que perderse, uno de salida y uno de entrada (en este orden). Lo maravilloso es tener a alguien esperando, volver al hogar de las personas que quieres, recuperar momentos, recuperar esquinas y lugares, compartir cafés y charlas, dejar que el corazón se encienda y falten minutos, horas, días.

Que lo importante es volver, (parezco un anuncio de la DGT).
Aunque solo sea por Navidad y después con el año nuevo, otra vez las maletas y los aviones.

lunes, 15 de diciembre de 2008

pimientos


Ella atendía cada viernes tras el puesto de frutas del mercado turco de Kreuzberg. Su rostro brillaba al igual que las manzanas acidas de verde ácido, las naranjas de piel rugosa, las berenjenas oscuras y resbaladizas y los racimos de uvas colgados alrededor de los postes. No perdía la sonrisa a pesar de las mujeronas de pañuelos sobre la cabeza y carritos de niños que a codazo limpio buscaban las mejores ofertas, las que ella tenía.

Él solía acudir a última hora, justo cuando los puestos bajaban los precios con el único fin de acabar las existencias. A esa hora podías llevarte cuatro kilos de naranjas por el precio por el que antes te podías llevar dos, o acabar con una lechuga de regalo por cada kilo de tomates. Podías también comprar Gözleme de espinaca y queso en alguno de los puestos y comerlo tranquilamente con una cerveza en el canal. Era mucho más que hacer la compra. Era un ritual.

Él, rubio, alto y rosado se fijó en sus ojos oscuros que sonreían una tarde de lluvia en que ella tenía como único objetivo acabar con los pimientos rojos al precio que fuera. Acabó comprando tres kilos, además de cuatro calabacines, una bolsa de mangos, un manojo de espárragos y media sandía en pleno mes de abril traída de a saber dónde. Cargado como una mula y calado hasta los huesos regresó a casa en su bicicleta sin cesta sin quitarse de la cabeza el rumor de su voz y el movimiento ligero de su cuerpo redondo.

Muchos kilos de pimientos después se atrevió a invitarla a dar una vuelta por el canal una vez que hubiera terminado de recoger el puesto y ella que ya le conocía como el chico transparente de los pimientos rojos no supo decirle que no. Era una tarde soleada de verano. Se sentaron en un banco sin saber muy bien cómo romper aquel incómodo silencio, y aunque ninguno quería recurrir al tema que les había unido fue imposible no hablar de frutas y verduras.

- ¿Sabes una cosa? Ni siquiera me gustan los pimientos.

Ella le miró divertida y comenzó a reírse.
Desde entonces sus silencios ya nunca más fueron incómodos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

negro renegro



Últimamente pienso mucho en Sekou e Ismaila. En sus ojos negros renegros, en su piel oscura como la noche, en su sonrisa llena de agradecimiento, de vida, de esperanza. Cómo casi todos han llegado aquí con una historia a cuestas que no siempre cuentan y vienen a clase con un cuaderno bajo el brazo, con la clara convicción de que cuanto mejor hablen español y mejor puedan entenderlo, más fácil les será encontrar un trabajo, encontrar un lugar en esta sociedad que les arrincona.

Hace un par de semanas Sekou e Ismaila me dijeron que no vendrían a clase en una temporada, que habían decidido marcharse a Jaén a recoger aceituna. No hay trabajo en Madrid, me dijeron con una sonrisa. No es que tuvieran un especial interés en dejar esta ciudad hostil y marcharse al campo traicionero, pero no veían otra oportunidad. Así que se iban contentos a trabajar.

Ahora les busco con la mirada inquietante en las fotos de los periódicos, en los reportajes de la tele. Pero no les encuentro. Me pregunto si estarán bien, si dormirán en la calle, si vagarán sin rumbo por las calles de Jaén. Lo pienso bajando Gran Vía, atiborrada de luces brillantes, atiborrada de personas repletas de bolsas, atiborrada de coches devorando gasolina.

Así que esto es la crisis, me pregunto, y se me rompe el alma...

martes, 2 de diciembre de 2008

mar de tierra

Cuando llegaron a la playa el viejo supo a que se referían los periódicos. El mar se había convertido en una enorme explanada de tierra repleta de conchas sin vida. Se habían acabado los buenos tiempos. Antes, le dijo el viejo al niño, esto era un lugar lleno de agua donde podías hundirte sin remedio, pero también nadar, saltar las olas, sentir la sal. Era precioso. Había siempre un murmullo suave, como una canción de cuna y graznidos de gaviotas por todas partes.

El niño se desprendió de la mano del abuelo y corrió a la orilla seca. Recogió con la mano una de las conchas y sintió cómo se convertía en polvo entre sus dedos. Caminaremos sobre este mar sin olas y encontraremos algún lugar habitable, no te preocupes, le tranquilizó al comprobar por su mirada que estaba aterrado.

Le cogió de la mano y emprendieron el viaje.
Pero no encontraron nunca su destino.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Relato de luz


Necesito un relato de luz, me dijiste una tarde de lluvia con el alma oscura. Pero a mí solo se me ocurrían historias de amor con final trágico así que sin abrir la boca preparé un té y me senté a tu lado. Ninguna decía nada. Ninguna sabía qué decir. Pero nos acompañábamos sin más, mano a mano sobre la cama de tu cuarto.

Necesito un relato de luz, pensé una mañana de frío mientras salía por el portal de casa. Brillaba el sol y me dolían las manos bajo los guantes. Sígueme, dijiste leyéndome el pensamiento y acabamos en un puente sobre la Nacional II mirando pasar aviones.

Los relatos de luz no siempre tienen palabras, reflexionaste una noche frente a una cerveza en un bar lleno de humo. A veces simplemente se trata de ruido y bailamos hasta que cerraron.

A este desayuno de domingo le falta un relato de luz. Bajé a por el periódico mientras lo preparabas y acabamos mojándolo en el café con leche.

¿No se acaban nunca los relatos de luz?, te pregunté un otoño triste. Tú me cogiste la mano y la apretaste fuerte.

No, nunca.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Salir al frío


Dicen que llega una ola de frío polar y yo mientras tanto perdiendo pañuelos mexicanos con los que arroparme. No le echo la culpa al viento aunque se lo llevo él. Me da la sensación de que a pesar de la pérdida todo se trata de una estrategia del destino para indicarme el siguiente paso. Acepto el consejo y salgo a devorar la noche y me como una paella descongelada para desayunar.

Despierta el domingo con sol y con Charo colándose en mi cama. Salimos, cañeamos, respiramos este día soleado de noviembre y tarde, muy tarde, cocinamos que para eso es festivo y comemos queso y bebemos vino. Sandra se acurruca en el sofá de nuestro salón recién recolocado y maldice el invierno. Luego Frauke y yo nos tomamos un té caliente y yo me duermo a sus pies mientras pasa de largo otro domingo. Llega el lunes. Llueve.

En mi oficina, a punto de escapar, comienza a colarse la noche por la ventana. Yo sueño con mojar mis pies en alguna playa del Adriático. Cerrar los ojos y sentir el sol caliente de algún verano, pero tengo las manos frías así que recupero pronto mis coordenadas. Una ciudad amarilla tampoco estaría mal. Cuadro fechas, busco billetes, sigo soñando. Paty escribe un email desde La India y es extraño porque en casa aún se huele su presencia.

Repaso la tarde y las horas que me quedan hasta llegar a casa y me digo a mi misma que tengo que dejar de hacer tantas cosas. Pero no creo que me haga caso. Guardo un borrador de un email que tal vez no envíe nunca. Me lo pienso. Trato de sacudirme la pereza de los dedos y corregir otro guión más.

Pero ya es casi la hora de salir al frío. No merece la pena.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De cómo nos marcó Heidi

Hubo un tiempo en que las cadenas privadas eran tan solo un experimento, había programación infantil en la televisión y yo medía menos de un metro y no era pelirroja (ni gafapasta). En aquellos tiempos legendarios había un programa en Telecinco que se llamaba "Super Guay". Estaba patrocinado por Nocilla y enlazaban uno detrás de otro dibujos animados nipones que iban más allá de la omnipresente Heidi. Todas las chicas eran cabezonas y tenían unos ojos enormes. Algunas jugaban al voleibol, otras hacían gimnasia rítmica y luego estaban los de Campeones, que se tiraban dos capítulos recorriendo un campo de fútbol kilómetrico. Lo ponían a las 8:30 y era una movida en casa porque coincidía con el telediario, que por aquel entonces empezaba a esa hora y duraba solo 30 minutos.

De aquellos años de animación nipona nos quedó en casa un balón de voley Mikasa que nos regalaron unos Reyes y una cierta manía mía a hablar en japonés inventado, especialmente con mi primo Miguel. Solíamos hacerlo en Navidades y a él le encantaba porque además de hablar en japonés inventado hacíamos artes marciales inventadas. Es lo que tiene ser niño, que todavía utilizas la imaginacion para divertirte de lo lindo sin pensar en lo que dirán los demás.

Pero pasado el tiempo las cadenas privadas se convirtieron en una plaga (y hasta aumentaron hace poco!!), los dibujos animados dejaron de estar destinados para los más pequeños y yo pasé del medio metro, me hice miope y me volví loca por el rojo. Además el balón de voley se debió de perder en alguna mudanza y a mí se me olvidaron las nociones de japonés inventado que durante tanto tiempo practiqué con mi primo.

Pero hace poco no sé por qué, y juro Anabel que el vino no tuvo nada que ver, recordé que moshi mo sihikae (frase mundialmente famosa por ser el principio de la canción de Heidi) significaba algo así como: deja que el japonés entre en tu vida.

Le dejé pasar, me eché unas canciones (sin artes marciales que una ya no está para estos trotes) y ahora el japonés me persigue. Esta es la última rareza con la que me he topado sin querer. Es France Gall cantando Poupee de Cire, Poupee de Son versión manga.

No se la pierdan
y buen fin de semana...

martes, 18 de noviembre de 2008

Llovía en Venecia


Llovía en Venecia y ningún turista se sentaba en las terrazas de la plaza San Marcos. Tú cruzabas corriendo con los pantalones arremangados hasta las rodillas cuando te encontraste conmigo. ¿Qué haces aquí? Hay que aprovechar a ver esta plaza invadida cuando la lluvia nos da una tregua. Y tenías razón, era genial caminar sin palomas, sin flashes de fotos, sin americanos de acento pastoso. Pero aún así yo sabía que aquello era una excusa, no lo nieges, me estabas buscando.

Yo ni siquiera sabía que habías vuelto pero ahí estabas, algo más delgado y más calvo pero con la misma boca de deseo que tanto me gustaba. Esa boca. Era mi perdición y tú lo sabías mientras comías los cacahuetes que nos habían puesto al pedir un Spritz. Cuánto he echado de menos esta bebida. Y yo esa boca, pero no dije nada. Hacía tiempo que me había propuesto callarme las cosas, cortar mis impulsos. Al menos contigo.

Los dos sabíamos que acabaríamos desnudos en alguna cama pero disimulábamos hablando de otras cosas. Te interesaste por la carpeta que llevaba y yo te mostré algunos de mis últimos dibujos. No te dije sin embargo que planeaba abandonar Venecia, que me había cansado de sus callejuelas estrechas, que ya no me inspiraban los canales, ni la noche veneciana, tan oscura y vacía. Quería volver a casa pero no lo había hecho antes porque temía que de hacerlo, nunca más volviéramos a vernos. Nos perdiéramos la pista.

Llovía en Venecia y la ciudad de agua parecía a punto de hundirse. Te habías quedado dormido y yo te observaba con mi carboncillo entre los dedos. Atrapado ahí, en aquellos trazos ansiosos, podría guardar toda tu poesía, nuestra tragicomedia, y llevarte siempre conmigo sin que me hicieras daño. O eso quería creer.

Cuando dejó de llover te acompañé a que cogieras el tren. No hablamos de volver a vernos pronto, ni de intentarlo de nuevo, solo nos despedimos sin dejar de mirarnos a los ojos, sin decir nada. Pero yo ya sabía.

No tendría valor suficiente para irme.
Estábamos perdidos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

MEME (de los seis motivos de felicidad)

Lo tenía pendiente:
Contaros que Rafa había escurrido el bulto de los memes hacia mí y que yo me había hecho la sueca y no había encontrado todavía un ratito para pensar en qué pequeñas cosas me hacen feliz. Porque para quien no lo sepa los Memes son unos premios de la blogosfera en que el elegido debe pararse a reflexionar sobre las cosas que nos hacen sonreír y compartirlo con todos. Además de esto hay otra serie de normas que me voy a saltar (así es la "a rayas", se permite estas licencias) como designar nuevos ganadores y continuar con esta cadena hasta el infinito...

Total, que a los memes voy...

1.- Me gusta llegar un sábado por la tarde a mi casa y encontrarme mi salón lleno de amigos disfrazados de yo misma con una tarta de cumpleaños retrasados...

2.- Me gusta que un domingo de resaca nos arremolinemos en el sofá de Sandra (y en su abrazo) y guitarra en mano nos montemos un sarao de repente y porque sí. (Bueno, porque sí no, porque tiene un escenario plantado en el salón con un micrófono que me vuelve loca y me hace acabar cantando canciones en japonés...)

3.- Me gusta ir a comer a casa de mis padres los fines de semana y ver la cara de alegría que se les pone cuando llegamos. Preguntarles qué libros se están leyendo ahora y qué tal les va en el cole. Además seguro que mi madre ha preparado algo riquisimo (que luego me mete en un tupper y me lo puedo comer entre semana en esta triste oficina: doble felicidad).

4.- Me gusta abrir mi correo y encontrar noticias felices de gente que no está cerca. Me pone triste cuando lo leo, sí, pero luego a medida que voy dándole vueltas a las noticias que me llegan me siento contenta de tener cerca-lejos a gente tan maravillosa e inquieta.

5.- Me gusta cuando la calle está cuesta abajo y no hay gente y puedo pedalear rápido con la bicicleta (lo cual no sucede muy a menudo, debo decir). Cuando ocurre me gusta llenar mis pulmones de Madrid y olvidar la contaminación y el tráfico y el estrés. Cuando ocurre me gusta sentir como se me agarra a la piel esta ciudad.

6.- Me gusta caminar sin paraguas, sobre todo cuando me siento triste. Llegar mojada a casa y que Charo haya preparado una ensalada de canónigos y me deje contarle cómo me siento y planear ver una película que al final nunca vemos porque se nos hace tarde. Pero no nos importa.

y seguiría, porque la verdad me ha entrado la inspiración y se me ocurren miles de memes más (como los labios rojos o llevar sombreros), pero la norma es la norma y tan poco es plan de aburrir al personal...

Adjunto una foto sinónimo de felicidad, porque a mi, cuando me siento feliz, me encanta sonreir de una manera forzada y brutal hasta acabar con agujetas en la cara....


martes, 11 de noviembre de 2008

coordenadas


Tengo tres mandarinas sobre la mesa y un ventanal que no da a la calle. Una factura con el IRPF mal calculado y una agenda llena de tareas sin hacer. No se si hace sol o nubes y no me importa, porque mi ventana al mundo es este ordenador desde el que escribo, porque cuando salga, ya no habrá ni sol ni nubes, solo una oscuridad que lo absorberá todo.
Estas son mis coordenadas. Aquí estoy.

Mi ventana al mundo me trae noticias de otros rincones. Nuevas coordenadas, un piso viejo-nuevo que compartir en una ciudad de lluvia y Europa fácil. Una ciudad amarilla y llena de olores. Un hospital sin medios en el trópico donde comenzar una carrera brillante. Una maleta a medio hacer rumbo a una furgoneta, rumbo al sur. Más coordenadas.

No lo oigo pero lo intuyo y un pitido violento en mi móvil me lo recuerda. Sobrevolando mi cabeza, este Madrid contaminado, los aviones se desvían hacia Barajas, aterrizan. Otros despegan y los mismos que llegaron se fueron. Sin marcar coordenadas, de puntillas. Tan cerca, podría invitarte a tomar un café. O a comer mandarinas. Tan a punto de estar lejos, de fijar nuevas coordenadas, quien sabe en qué lugar impreciso del mapa.

Yo en mi oficina- las coordenadas claras- miro hacia la ventana que no da a la calle y pienso en el mismo cielo que no disfrutamos.

Pelo una de las mandarinas sobre mi mesa y sigo trabajando.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Fotografíar una estrella

Había estado lloviendo todo el día, pero por la noche se abrió el cielo. Había muchas estrellas y una luna estrecha, sonriente y amarilla. Una vez traté de fotografiar el cielo estrellado con mi cámara, pero no salió nada: tres puntos azules que poco se parecían a lo que veía con mis ojos. Y me mostraste la pantalla oscura donde en efecto, tres puntos azules eran una burla cruel a esa belleza que teníamos sobre nosotros, todas esas estrellas.

Aquellos eran los primeros días fríos del último verano. Tú te habías empeñado en llevarme a los campos de viñedos que había junto a tu casa y yo te seguí arrastrada, sin poder dejar de mirarte: cada rasgo, cada gesto, cada pequeña imperfección de tu cara.

Bebíamos vino blanco, respirábamos ese aire a mar cercano e invisible y hablabámos de futuros paralelos en los que no nos tocábamos. Yo te hablaba de Madrid y tú de viajes infinitos, de tierras exóticas, de estrellas lejanas.
No nos poníamos de acuerdo, pero sonreíamos complacientes.

Luego en la cama tú te quedaste dormido en seguida y yo no paré de dar vueltas bajo el edredón de flores. Me levanté a cerrar la ventana que se había quedado abierta y contemplé aquel cielo estrellado de finales de verano. Me habría gustado hacer una foto al cielo, materializarlo y dejarlo así, tal y como estaba, perfecto. Pero no se pueden fotografíar las estrellas y volví a la cama.

Ahí me esperabas con los ojos cerrados y el alma tranquila. Como una estrella en el cielo que no puede fotografiarse.


viernes, 31 de octubre de 2008

Tempelhof


Tengo una berlinesa durmiendo en mi casa. Una berlinesa de verdad, de toda la vida, de Kreuzberg para ser más exactos. Ella me descubrió uno de mis rincones favoritos, Admiralbrücke, un puente junto al canal en que los días de sol uno puede sentarse tranquilamente a beber una cerveza y escuchar alguna banda de swing, ver payasos callejeros en pleno espectáculo, o simplemente observar el ajetreado ir y venir de bicicletas y gente. También los mejores atardeceres...
Tenerla en casa, es tener mi trocito de Berlín particular, mi manera de viajar sin billete.

Solo esto, su presencia, podría ser motivo suficiente para hablar hoy de esta ciudad-talismán, pero lo cierto es que la idea de esta entrada me ha venido a la cabeza esta mañana cuando he abierto el periódico y he leído que ayer, definitivamente, se cerró el aeropuerto de Tempelhof.

Sabiendo que su cierre era inevitable, este verano Fran y yo fuimos a echar un vistazo a este lugar. Cruzar sus puertas era como estar de repente en otra época. Sus paredes, los letreros, sus puntos de facturación, guardaban un aire hortera y nostálgico que conmovía. Pero el movimiento era mínimo. Muy pocos vuelos, muy pocos pasajeros y un no sé qué inquietante...

Fuera llovía sin importarle el verano (y mi maleta cargada de sandalias, ¡cómo si no conociera esta ciudad tramposa!) y nosotros paseábamos por todos los rincones que habíamos deseado visitar y habíamos ido dejando pasar.

Recuerdo que pensé que Berlín era precisamente eso, una yuxtaposición de experiencias que uno olvida, que va dejando pasar. Un lugar decadente y nuevo, lleno de regeneración y de historia, de papel de regalo y termitas. Y Tempelhof, donde la grandeza y la miseria se dan la mano en una única terminal, es la mejor muestra de ello.

Este aeropuerto lo construyeron prisioneros judíos cumpliendo los sueños delirantes de un genocida, y lo convirtieron en leyenda aviadores cargados de provisiones durante el bloqueo patricida de una ciudad con dos almas.

Qué será de este lugar,
para qué quedará,

sólo Berlín sabe...



martes, 28 de octubre de 2008

Olvido

El cielo se nos cae encima pero yo miro hacia otro lado y te espero en el bar de la esquina. En la tele gritan y detrás de la barra también. No sé si tomarme otro café o pasar directamente a la cerveza y tomarme un pincho de tortilla, o algo. Siempre fuiste muy poco puntual pero aunque tarde, llegas.

Llegas y la lluvia se me mete dentro y me siento muy viejo y muy cansado y muy solo. Hace cuánto tiempo que no nos vemos, hace cuántos kilómetros que nos perdimos.
Muchos.

Te va bien, me va bien. Sonrío. Sonríes.
Y a ninguno se le ocurre pensar en las cosas que debimos haber hecho y no hicimos.

Es bonito verte, es bonito.
Y ambos damos un sorbo a la cerveza fría para ahogar el silencio.

Al despedirte me abrazas y siento como se escurren los días que no volverán por el cuello de tu camisa. Una vez fuera observo el cielo que se nos cae encima y trato de recordarnos tal y cómo éramos entonces.

Pero ya no lo consigo.


jueves, 23 de octubre de 2008

luces de navidad



Es para volverse loca.

El frío polar se me cuela hasta los huesos así que no necesito más excusa para estrenar por fin mi abrigo nuevo. Huele a Otoño y a hojas de árboles mojadas sobre el asfalto. Bajando San Vicente Ferrer, cuesta abajo, el viento en la cara hace moquear mi nariz y lloriquear un poco. Llegó al bar y la calefacción, o algo, puesta. Me desnudo complaciente, con el sofoco de la bici y del llego tarde. Pido un tinto de verano y le doy vueltas al absurdo de embriagarse con una bebida que lleva en el nombre guardado todo el sol que no tuvimos hoy. Leemos cuentos y olvido el cansancio. Organicé un tiroteo y me siento tan bien que me dan ganas de ponerme un sombrero de cowboy y marcharme al lejano oeste. Es mi primera vez con una pistola y con un personaje que se llama Lola. Me gusta que siga habiendo primeras veces en este Madrid de días repetidos, pienso, y saboreo tanto tiempo seguido en el mismo lugar y pido otro tinto, otro verano. Fuera, en la calle, el frío aguarda y a 22 de octubre siento el invierno. No es solo culpa de ese viento polar, lo es también del grupo de operarios del ayuntamiento de Madrid que están instalando las luces de Navidad. A quien se le ocurre. Frente a ellos, el único local iluminado y abierto de toda la calle: una heladería.

Es para volverse loca, pienso, y no sé si echarle la culpa de todo este desbarajuste estacional a los demonios del siglo XXI
cambio climático,
globalización,
terrorismo,
hipotecas subprime, etc.

O pensar, simplemente, que a Gallardón, definitivamente, se le ha pirado la pinza.

miércoles, 22 de octubre de 2008

señales



En días de lluvia,
nada como
recordar que
en pleno verano,

la ciudad ya
está sembrada
de señales
que anuncian el otoño...



(Se buscan señales que anuncien ya el verano...)

domingo, 19 de octubre de 2008

Aeropuertos


Un cocido de domingo, porque sí, porque estamos en Madrid y es lo típico, porque apenas llegaste y ya te vas. Después, como siempre, un aeropuerto, donde terminan todas las visitas y comienzan todos los recuerdos.

Hace una tarde deliciosa y es octubre. Atardecerá pronto. Madrid continúa mientras despegan los aviones y pasan los meses. Aún no te fuiste y ya planeamos el siguiente encuentro. Para enero, o febrero, y Paris en invierno. Sin darnos cuenta, ya volvemos, otro aeropuerto en el que terminar las visitas. Entre tanto nuestras vidas, tan distintas, tan iguales, son resumidas en torno a una mesa y un plato caliente. Cuántos inviernos hemos olvidado, cuántos hemos construido a través de estas breves pinceladas con las que dibujamos nuestra relación, lo que somos.

Bajando Gran Vía, México resulta una excusa. Teníamos que encontrarnos.
Y tras eso, muchos más aeropuertos...

martes, 14 de octubre de 2008

El pescador de ciudad

Nadie entendía por qué el pescador de ciudad seguía acudiendo cada viernes por la tarde a la misma orilla del río a pescar y pensar, a pensar y observar. Los que le conocían sabían que repetía siempre las mismas rutinas. Dejaba el coche lejos, a la entrada del parque, y cargaba con todos los bártulos. Llevaba siempre una gorra, independientemente de que hiciera sol o hubiera nubes, y guardaba en los bolsillos de su chaleco un palo de regaliz que chupetear mientras esperaba que los peces picaran.

Picaban poco y tampoco le importaba, porque al pescador de ciudad le gustaba el silencio relativo de aquel lugar, la oscuridad de los árboles, la luz del río que se abría, contemplar la sombra de la ciudad, escuchar el murmullo de su ajetreo, como una nana lejana. Y pescar y pensar, pensar y observar.

Un mes al año, solo uno, se reunía con otros compañeros pescadores y pasaban una temporada en los lagos. Rodeados de naturaleza, bebían cerveza, hablaban de mujeres y pescaban mucho, mucho más que en la ciudad, donde apenas había peces y el silencio era relativo. Era divertido, pero él prefería, sin duda, la pesca de ciudad, irse a la orilla del río solo, a pescar y pensar, pensar y observar. Le gustaba sentirse dentro del gigante urbano y con su caña y su gusano humanizar aquel lugar de edificios altos, semáforos de colores y olor ácido.

Una de las veces, pasado el mes de los lagos, el pescador de ciudad acudió puntual a su cita de los viernes con el río. Dejó el coche lejos, a la entrada del parque, y cargado con sus bártulos y su gorra se dirigió a su orilla de siempre. Tenía mucho que pescar y pensar, que pensar y observar.

Pero al llegar a su rincón una gran fábrica de enormes chimeneas había ocupado justo la orilla de enfrente. Contrariado ante el horror de la visión, el pescador de ciudad, soltó los bártulos y sacó el palo de regaliz. Tardó unos minutos en analizar la situación pero pronto lo vio claro. Abrió su silla pleglable, sacó su caña y continuó con sus rutinas, aunque lamentó que en el futuro, ya no pudiera volver a marcharse nunca más de vacaciones.

Aquel lugar necesitaría ya para siempre, un pescador de ciudad que lo humanizara.

Pescador de ciudad.
Treptower Park - Berlín
Julio de 2008

viernes, 10 de octubre de 2008

Amaneceres


Los amaneceres más bellos me han pillado siempre a contrapié. De vuelta de ningún lado, con el agotamiento pidiendo más y sin gafas de sol. Con ganas de destilar la oscuridad y difuminarla sin dejar nunca que el sol aparezca con todo su esplendor. Con los oídos pitándome incesantes y los chicos guapos mirando hacia otro lado. Con ganas de descalzarme y palpar con las plantas de mis pies el asfalto, la ciudad, el regreso a casa, la cama vacía.

Los amaneceres más bellos son casi siempre aquellos que he olvidado, aquellos que se han mezclado los unos con los otros para convertirse en uno solo, o en las diferentes caras de una noche única y persistente a lo largo del tiempo.

Los amaneceres que acaban, los que cierran, los que clausuran.
Esos son los bellos...
Es viernes...llenémoslo de amaneceres bellos...

jueves, 9 de octubre de 2008

polvo efectivo

Ni el pobre sofá que aguantó estoicamente los movimientos obscenos de él, ni las paredes en las que retumbaron los gemidos de ella, ni ninguno de los implicados podía siquiera imaginarlo.

Pero cuando el medico anunció el embarazo...
ni al sofá,
ni a las paredes,
ni a ninguno de los implicados...

...les pilló por sorpresa.

lunes, 6 de octubre de 2008

Perros...

Si te digo que te quiero entonces tú no me dirás nada. Agacharás la cabeza y pondrás cara de no haberme escuchado, y seguirás hablando de la gente que tiene perros escondidos en pisos de 40 metros cuadrados. Yo olvidaré lo dicho y comentaré que es verdad, que no hay derecho a que obliguemos a los animales a quedarse en casas oscuras todo el día, solos, a la espera de un par de paseos diarios, uno muy pronto por la mañana y otro muy tarde de noche. Pero me rondarán esas palabras durante todo el día y cuando regrese a casa, después de un largo día de oficina, y tú me estés esperando me darán ganas de volver a decírtelas.

Saldremos entonces a dar un largo paseo. Yo te contaré mi día y tú me contarás el tuyo. Cenaremos en algún lugar de comida rápida y al volver a casa pondré de nuevo el despertador. Por la mañana caminaremos juntos hacia la boca de metro. Tú cogerás la línea 5 y yo la 10.

Entonces, sentada en el metro, sabiendo que no volveré a verte hasta el paseo de la noche, sabré que si te digo que te quiero tú no dirás nada, pero los dos estaremos pensando en perros.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Bailaban

Bailaban. Con los ojos cerrados y la mente lejos. Llevados por una especie de fiebre rítmica y electrica. Bailaban, juntos o separados, ajenos al resto, sin pensar en quien estaba al otro lado, quien observaba. No les importaba, porque la música en las noches de olvido, lo era todo.
Bailaban y besaban sus copas, bebían de sus labios.

Yo les miraba sentado en aquel sofá de aquel salón en aquella fiesta a la que alguien, no recuerdo bien quien, me había invitado. Eran, sin duda, la pareja más extraña de la noche. Alegres y patéticos a la vez, como yo con mi whisky-cola. Con la alegría difuminada de alcohol y el patetismo propio de quien se sabe solo en una fiesta llena de gente. Pero ellos no eran como yo. Bailaban y su movimiento les liberaba de cualquier soledad nocturna.

La ciudad también bailaba aquella noche de viernes, aunque al otro lado de aquel salón caliente las calles tiritaban y en la puerta de los bares los fumadores perseguidos también. A mí, sin embargo me envolvía el humo de mi cigarro de liar y me abrasaba el aliento de una rubia transparente que no quería dormir sola.

- ¿Bailamos?

Pero aquella noche yo no quería compartir cama. Prefería hacerme el duro, guardar todos mis bailes de aquella fiesta sin nombre, para moldear, entre cubatas, la resaca de la mañana siguiente, los pensamientos trágicos.

Sin embargo ellos no, ellos bailaban. Agotados de rutinas, descansaban las mentes, enrolaban a sus fantasmas en guerras electróncias, se dejaban fluir.

Me di cuenta, entonces, que en aquella noche de olvido, era yo el único que no bailaba solo. Terminé mi copa, recogí mis miserias y decidí marcharme.

Ellos aún bailaban cuando amanecía.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Tiempo de astronautas

La Yuri Gagarin Ring era una calle de Erfurt que rodeaba todo el centro. Estaba cerca de la casa a la que me mudé cuando dejé la residencia y cada vez que iba en bici a la universidad pasaba junto al busto del cosmonauta que estaba frente a un enorme edificio comunista que tenía, precisamente, el nombre de este héroe del espacio: Yuri, Yuri Gagarin.

Me gustaba vivir en el Este, era más barato, los semáforos eran muchísimo más entrañables, se veían Travants y la gente que llevaba viviendo ahí desde siempre contaba historias increibles sobre colonias comunistas a las que les enviaban de pequeños. Además, en las tiendas de libros viejos, a poco que uno se descuidara, se encontraba hoces y martillos por todas partes. Nos gustaba lo diferente, lo kitch, lo DDR, las películas horteras y sesenteras que ponían en la Mdr.

Me gustaba Gagarin y sus paseos por el espacio. Le saludaba por las mañanas, agarrada a aquella Hercules vieja viejísima (mi afición por las bicis viejas creo que empezó entonces) que hacía mil ruidos pero volaba. Mein Fahrrad...das beste...

Gagarin, con su cara de metal, sus rasgos poderosos, me hacía pensar siempre en aquellos tiempos de astronautas, cuando el universo era un lugar insospechado y mágico, donde la fantasía recorría todas sus esquinas infinitas, las naves espaciales poblaban las pantallas de cine y televisión y los protagonistas del futuro eran aquellos hombres valientes con sus trajes espaciales.

Ahora, pensar en Yuri Gagarin me transporta a mi ciudad del Este que casi nunca visito, que he olvidado, aunque sus experiencias formen parte del molde de la María actual. En Erfurt aprendí que en cada lugar habitado uno construye una familia, que la comunicación no depende del idioma, que por muy lejos que nos vayamos, siempre acabamos siendo nosotros mismos.

Erfurt vio mi primera tortilla de patatas (y casi mi última), y mis mejores lentejas, me enseñó a bajarme de la bicicleta en marcha y a ir a la compra con mochila de acampada, a subir cinco pisos diarios sin ascensor y a quitarme los zapatos antes de entrar en casa. En Erfurt conocí a Fran y compartimos televisor, películas y amores de ida y vuelta. Descubrí también que, a veces, la distancia es el olvido y dejaron de gustarme los aeropuertos.

Pero pasó Erfurt y la maleta cargada de experiencias tuvo que dejar cosas por el camino para que siguieran entrando sueños. Me despedí de Gagarin un amanecer sin frío y comenzaron a diluirse todos los recuerdos.

Ya no era tiempo de astronautas.

domingo, 21 de septiembre de 2008

cadáver exquisito


La tarde de domingo, la vieja olivetti, la música del piano y la sala envuelta en la luz naranja de la barroca lámpara de la abuela. Saboreando una copa de vino, encendiendo un cigarro y todos los vicios sentados a la mesa.

¿Escríbimos a cuatro manos?
Saldrá entonces, de mis dedos, de los tuyos, un cadáver exquisito. Como nosotros, yo leo de tí la última línea y no me importa lo que hubo antes. Como nosotros, tú lees de mí la última línea y continuas a tu manera.

Un día, acabada la historia, nos sentaremos frente a frente con otra copa de vino y leeremos el resultado de nuestros sinsentidos escritos con la olivetti. Te preguntaré entonces si no era aquello felicidad y tú me recordarás que estaba lloviendo, que llovió todo el tiempo.

Enterraremos el cadáver bajo la mesa y al despedirnos sabremos que mereció la pena.

viernes, 12 de septiembre de 2008

sonidos

Mis manos olían a queso de oveja y tu boca sabía a vino tinto. Hay dos sonidos que me encantan, dijiste mientras abrías la segunda botella de vino, el del tapón cuando sale de su oprimido agujero, y el de la cafetera cuando comienza a subir el café (y a volverse loca) A mí me volvías loca tú pero no te lo decía porque sabía que ya sabías y que además lo usarías en mi contra.
Y lo dejaba pasar.

Tus manos olían a tierra mojada y mi boca sabía a cigarro mentolado. Hay dos sonidos que me aterran, te dije mientras apagaba la última colilla contra el suelo, el de los motores de los aviones justo antes de empezar a volar, y el de las manecillas del reloj que hieren el tiempo (que ya no nos queda, que perdimos). A tí tambien te daba miedo el tiempo pero no me lo decías porque eso habría sido reconocer que no querías que se nos fuera.
Pero se nos fue.

La mañana en que te marchaste dolía la resaca de tantas botellas descorchadas. Sonó el despertador impertubable: sus manecillas marcaron crueles el momento de la despedida. Tú te escapaste en un avión y yo me quedé esperando a que el café subiera, oliéndote por todas las esquinas de aquel quinto piso sin ascensor y escuchando claro y alto, entre sonidos mitad inquietantes, mitad acogedores, todas las verdades que no nos dijimos.


martes, 9 de septiembre de 2008

Estrenando lápices de colores...


La luz de estos días es extrañamente rara. Es como si de pronto Madrid se hubiera cubierto de un filtro plateado que llenara todo de una luminosidad oscura que te obliga a esconderte tras unas gafas de sol, y a encender la luz en el salón a las 6 de la tarde. Son las primeras notas de la sonata de otoño que anuncia siempre Septiembre: el principio de las cosas que comenzaron cuando se terminó agosto y los hombres con chaqueta volvieron a inundar las mañanas en el metro, y los chicos con chalecos de colores volvieron a repartir periódicos gratuitos, y la casa a estar llena de papeles, colillas y carcajadas llenas de optimismo...

Y con las piernas depiladas y las plantas negras de los pies a mí me da por imaginarme cubierta de ropa, bajo una manta y un café. Arropada (que bonita palabra, arropada). El invierno no es tan malo el primer día que vuelves a ponerte las botas, como tampoco lo era el cole, el día que se estrenaban los lápices de colores...

Me doy cuenta de que hoy anocheció a las 8: 30 y que el invierno será muy largo. Recupero fotos invernales de mis archivos y etiqueto con cariño y aún sin nostalgias las experiencias de otro verano en la lista. Afilo los lápices de colores (que ya no compro nuevos, que guardo del año pasado) y me voy a la cama que mañana madrugo.

Duermo con la ventana abierta para poder hacerlo arropada.
Para prepararme para el invierno.

martes, 2 de septiembre de 2008

último día...

Birthday, Marc Chagall

Un paseo de vuelta a casa sencillamente perfecto. Sin prisa, sin sueño, sin ganas de llegar. Caminando con los ojos fijos en las luces, en los coches, en esta esquina de Madrid que me absorbe, veo un cartel de la Noche en Blanco y pienso que este septiembre, por primera vez desde hace tiempo, no estaré de vuelta de ningún sitio y recuerdo aquella primera Noche en Blanco, hace dos años, ese escenario en Fuencarral, a los Sidonie dándolo todo y a nosotras también. Aquella noche acabé llorando en pleno amanecer junto al Reina Sofía indignada por no poder ver el Guernica, angustiada por saberme lejos del paraíso, arrepentida de las decisiones tomadas...

Hoy es el último día y subiendo hasta Gran Vía siento que éste es el paraíso. Acabo de dejar a Raquel en el autobús y me voy a casa. No hago recuentos, ni balances, ni se me pasa por la cabeza: solo siento que no quiero irme a ningún lado, que de momento he encontrado mi sito, que me gusta caminar por una ciudad que hasta hace nada era metro, facultad, bares de copas y poco más. Ahora, que me reconozco en sus esquinas, que veo pasar las bicicletas y los taxis, que disfruto bebiendo una cerveza con calma en un banco de Vázquez de Mella, que me mancho las manos trasplantando los geranios a una jardinera, que compro verdura en la tienda de abajo y reconozco a las transexuales con las que comparto cola en el Día, ahora que soy parte de ella, la gente me pregunta si me voy a algún lado y yo les contesto que de momento no, que de momento me quedo en Madrid...
(pero como la vida es una ruleta y a veces todo gira inesperadamente no me atrevo a ser tajante: de momento...)

Subo por la Gran Vía y capturo en mi mente el instante. También hago una foto con el móvil y escribo en el título: Adios25. Y no se si fue bueno o malo, si pudo ser mejor, si será peor, si las cosas están bien o no están tan mal, si estoy arriba o me estoy viniendo abajo...

sólo se que sin darme cuenta se acaba el último día
y no me importa...
...mañana será el primero.

viernes, 29 de agosto de 2008

el silencio

Sentado junto a la ventana, vi pasar las vías tras de tí y con ello también el invierno y aquellos años ochenta, la libertad, todo lo que olía a nuevo. Hasta entonces yo había tratado de captar cada instante con mi vieja Leica, de congelar el momento, la juventud, todas nuestras ilusiones. Tú, mientras, te preocupabas de beberte las noches, de arañarle minutos a las madrugadas, de despilfarrar tu alma en camas ajenas y corazones solitarios. Y siempre, al día siguiente, compartíamos una litrona en un banco del parque que había junto a tu casa mientras intercambiábamos anécdotas y fracasos.

Queríamos llegar lejos y llegar pronto, pero todo lo que hacíamos era estirar nuestra juventud como si eso fuera suficiente para conseguirlo. Quien se dio cuenta antes de que el camino no era el correcto, no podría decirlo. Sólo sé que nos costó aceptarlo y que ninguno habló de ello. Pasamos a compartir silencios en el banco del parque y nuestros miedos hicieron el resto. Luego inventamos excusas y abandonamos proyectos: acabamos adaptándonos y despidiéndonos con la mano en una estación de tren.

¿Sabes cuando nos perdimos? Me preguntaste mucho después, una tarde gris y bochornosa de verano en que nos dimos a la nostalgia a base de chatos de vino.

Yo, que temía tu respuesta sonreí y cambié de tema...


lunes, 25 de agosto de 2008

la silla verde



Ella salía por la puerta verde cada tarde con los niños a dar un paseo por el barrio, comerse un helado sentados en las murallas, y caminar junto al mar. Mientras él, que acababa de regresar con el bote, de pescar lo que cocinaría más tarde para la cena, se quedaba sentado en la silla verde esperando, con una pluma de la mano y un cuaderno lleno de garabatos, esa gran idea.

A ella le gustaba el sol y la compañía, juntarse con otras parejas que, como ellos, acudían cada verano con los chicos a aquella isla del Adriático, tomarse una cerveza a media mañana, sonreir a los camareros bronceados y sonrientes que le servían en la terraza. Le gustaba leer revistas, comentar los cambios y las novedades, observar como crecían los niños, como rescataban conchas de la orilla y se les iba oscureciendo la piel. A él le gustaba la paz del mar abierto, el silencio que rompían solo las olas y las gaviotas, hablar poco, leer mucho, llevarse a los pequeños al campo y enseñarles a reconocer los distintos tipos de setas, a escuchar el silencio, a observar, a buscar. La gran idea.

A ella le gustaba verle sentado en la silla verde cuando regresaban del pueblo, con su mirada perdida y su sonrisa escueta. Le gustaba que la gente hablara y que nadie entendiera que todo eso que él tenía dentro, le pertenecía casi en su totalidad a ella, la que sonreía a los camareros y saludaba a todos por la playa. También a él le gustaba verla, todos los amaneceres, durmiendo tranquila como una niña con el pelo revuelto y la respiración pausada, acariciar su vientre fértil, sus cicatrices de madre, besarle los pies. Y que nadie supiera.

Una tarde cuando volvió del paseo con los niños, la silla verde estaba vacía. Nadie entendió que ni siquiera intentara buscarle por la isla. Nadie entendió, sólo ella, que había encontrado su gran idea.

viernes, 22 de agosto de 2008

rumbo al norte...


En semanas como ésta, en la que todo parece que se hace cuesta arriba, en que las cosas no salen bien aquí, ni allá, en que la tele escupe víctimas y el MMG nos devora, en que las ganas se dan de bruces con la dura realidad, en que a una se le cansa la sonrisa roja pintada en la cara y tus bares favoritos cierran por vacaciones en la gran ciudad,
lo mejor
es cogerse la maleta y caminar rumbo al norte, buscar el mar y sentir su brisa,
y dejar que enrede los cabellos
y las carcajadas
y los pasos
y que ya no exista nada más.

Aunque a la vuelta, esa cuesta arriba que abandonamos a mitad de camino, nos siga esperando sin un ápice de piedad...

lunes, 18 de agosto de 2008

MMG (maldito mundo globalizado)


Nos enseñaron que teníamos derecho a todo. Que podíamos comernos el mundo con patatas, y sin indigestarnos, llegar más lejos que nadie.

Y lo hicimos.

Conquistamos el mundo y lo reducimos a una red de vías de tren (primero, aún meros adolescentes, mochila al hombro), a una Europa de 12, de 15, de 25, de 27 y suma y sigue (hablaron entonces de generación Erasmus, o generación Orgasmus, o generación de parejas abandonadas por amores extranjeros), a un lugar repleto de conexiones aéreas baratas con las que convertir lo exótico en posible, en destino común de vacaciones (siempre más lejos, siempre más raro, siempre más distinto).

Pero conquistado el mundo, no llegó la felicidad. Nosotros que teníamos derecho a todo, no pudimos evitar preguntarnos si no habría algo más...

Así que empezamos a añorar la vida tranquila de los que vivían y nacían en el mismo lugar, de los que tenían claras sus raíces y una idea intensa y profunda de lo cierto, en vez de una idea general de lo abstracto. Empezamos a odiar ese MMG al que estábamos enganchados. Ese MMG del que formábamos parte, ese MMG propio que nos había ganado la partida.

Un día nos dimos cuenta de cuánto dolía, de que nuestro corazón había quedado repartido en muchos rincones, había sido entregado a muchas personas de distintos acentos, había estado desnudo en muchas calles de muchas ciudades extrañas que fueron propias. Un día nos dimos cuenta de que la ciudad estaba vacía, como un Madrid en pleno mes de agosto: Había quien se había ido cerca, a una ciudad de frío, dinero y posibilidades laborales. Había quien se había marchado persiguiendo una mujer de ojos oscuros y alfabeto diferente. Había quien, fruto de ese MMG, buscaba sus raíces en un lugar nacido y no intuido. Había quien no quería enamorarse y cruzaba el charco huyendo de unas manos de panadera. Había incluso quien había convertido ese MMG en un modo de vida e iba de un lado para otro desentrañando esquinas.

Ese día, la ciudad vacía, buscamos un plano en el que señalar con un punto rojo, "usted está aquí", tan perdidos como nos hallábamos. Pero lo que encontramos fue una red de vías de tren y conexiones aéreas baratas: un sinfin de posibilidades

Entonces, como teníamos derecho a todo, nos dejamos llevar...

martes, 12 de agosto de 2008

souvenirs


Y luego, de las guerras, solo quedan las condecoraciones vendidas a tres euros en mercadillos de domingo, las fotos en blanco y negro apolillándose en el cajón de la cómoda vieja de la abuela, los agujeros en las paredes que van llenándose de barro, las tejas de distinto color en los edificios históricos, los héroes que se convierten en estatuas y llenan las plazas en las que luego nos bebemos una cerveza, los libros de historia llenos de fechas y batallas...

Pero entre tanto, antes de alcanzar la eternidad, las guerras siegan nuestros presentes y nos convierten en polvo. La vida nos cambia de la noche a la mañana y lo abstracto, esa palabra que está en boca de todos pero que la mayoría no puede imaginar, se convierte en terrible y en real. Salimos (a dónde) a disparar a un enemigo invisible que no conocemos, que nunca nos hizo nada malo, ni nada bueno, que nunca nos miró a los ojos, ni intercambió una palabra con nosotros. Salimos a disparar a personas que conocimos en el lugar inadecuado, en el campo de batalla, en vez de en una barra de bar. De haberlo hecho ahí, seguro que habríamos reído juntos, habríamos deseado los mismos labios, la misma cama, quien sabe, de haberlo hecho ahí, en la barra de algún bar, tal vez seríamos amigos.

Pero antes de ocupar vitrinas y librerías, la guerra nos despoja de nuestras esperanzas y nos lanza al absurdo, a un límite insospechado, a un yo que no reconocemos, y ya no nos importan los motivos, ya no recordamos quien empezó las cosas, ni por qué, sólo que la culpa no fue nuestra y que salvamos el pellejo y que sobrevivimos una hora más. Una hora.

Luego están también los titulares de los periódicos que nos convierten en espectadores. Se creen desafíando al olvido, pero lo único que hacen es proporcionar pan y circo a esa parte del mundo donde la palabra guerra sigue siendo condecoraciones, fotos, agujeros y estatuas en medio de la plaza...

para los que no podemos imaginar...
los que no tenemos ni idea...



En la foto, Pat y yo en un puesto de souvenirs junto al Check Point Charlie.
Berlín, mayo de 2007

lunes, 11 de agosto de 2008

Un árbol en Ljubljana


Hay un árbol en una plaza de Ljubljana, cuyo nombre sólo tú y yo conocemos. Lo bautizamos una media tarde en que se nos escapaban las ganas y nos podía el cansancio y el calor. Bajo sus ramas se dejaron caer algunos versos de Neruda y una brisa agradable: sucede solamente, que soy feliz por los cuatro costados del corazón, andando, durmiendo o escribiendo. Su espesor verde detenía el tiempo, en un día que había comenzado demasiado pronto. Tú no decías nada, apoyado en su tronco lleno de arrugas, de años y de amores contrariados y yo, con mi cabeza sobre tu cuerpo, cerraba los ojos y dejaba pasar veranos. Que voy a hacerle, soy feliz.

En una plaza de Ljubljana hay un árbol que no sabe que tiene nombre. Se lo pusimos un domingo de agosto, de encuentros y despedidas, de cafés antes del amanecer, de esquinas transitadas y deseos furtivos. Nos sentamos junto a él y le recitamos la poesía de nuestra historia sin romanticismo: él escuchó y no dictó sentencia. El día que comenzó temprano terminaba temprano sin remedio y ni el verde de su cabello conseguía atrapar el instante. Tampoco él, en sus murmullos de viento, decía nada, así que tú, apoyado sobre su cuerpo robusto, callabas promesas que yo no creía y el futuro era aquel árbol bautizado en una plaza de Ljubljana de la que nunca supe su nombre. Hoy dejadme a mí solo ser feliz, con todos o sin todos, ser feliz con el pasto y la arena, ser feliz con el aire y la tierra, ser feliz, contigo, con tu boca, ser feliz.

Dejó de sonar Neruda y abandonamos su vientre de tierra. Pero quedó su nombre flotando entre sus hojas verdes.
Nunca más fue un árbol cualquiera.

sábado, 2 de agosto de 2008

Vacaciones

Marcella coge su vestido a rayas, lo mete en la maleta verde y se prepara para las vacaciones. El blog, como este Madrid de 2 de agosto, se queda desierto unos días.

Marcella recoge la incertidumbre previa a los viajes sin plan establecido, sin abrazo que espera en el aeropuerto y sueña con encuentros no fijados en lugares de lengua extraña y moneda distinta. Sueña el mar y otro Mediterráneo y otras playas, sueña con pescado frito, con el olor a sol en la piel tostadas, con ciudades enterradas bajo un volcán, con fortalezas en lo alto de pueblos medievales, con barcos y biodramina, con autobuses infernales de mil horas y ciudades de nombre inescribible desde las que regresar a casa.

Y al regreso, cámara en mano, cuaderno de notas, Marcella sabe que abrirá este blog dispuesta a contar muchas historias, a mostrar muchas fotos, a respirar Madrid y retomar rutina.
A compartirla.
Como siempre.
Con vosotros.

miércoles, 30 de julio de 2008

Enumerando sinsentidos


A ver. Ha salido una flor en el geranio seco de mi balcónn. Tengo gripe estival y cuerpo de jota, hormonas revolucionadas y sí, ya sé que son las hormonas, pero no puedo evitarlo. Me he pasado y he cocinado para todo el barrio. Pero solo estoy yo (y encima no tengo hambre). Tengo que escribir textito para el taller y en vez de eso solo enumero quejas en este post sin sentido. Miguel se había cansado de amigos invisibles. ¿sugerente? Es mi principio pero también el final de mi texto. El Bremen se me hunde y voy a quedar fatal. Aún quedan 24 horas y bendita oficina. Algo saldrá. Y en el escritorio de mi ordenador me encuentro un documento que alguien ha dejado sin permiso y que me revoluciona aún más la hormona.
Pero me niego y enumero mis motivos, que de nada sirven las intensidades, y que las montañas rusas es lo que tienen, que cuando estás arriba son maravillosas, pero que las caídas suelen ser estrepitosas. Y sonrío. Soy así, arriba, abajo, y mi hormona también tiene la culpa. De pronto, las cosas no parecen tan terribles y la vida es como esta calle San Marcos, llena de ruido a las 12 de la noche de un martes cualquiera. Llena de vida. Como mi geranio seco, que florece.
(Florece!!!!!!!!!,
diga la hormona lo que diga...)


PD: Adjunto canción pelín hortera pero bastante propia.

lunes, 28 de julio de 2008

Supervivencia

Caían bombas en Sarajevo cuando se conocieron. Era terrible y bello amarse mientras afuera retumbaban los disparos de mortero. Quererse así, con esa suavidad de los que se sienten frágiles, con esa desesperación que daba el miedo, en aquella ciudad a punto de explotar, que no pertenecía a ninguno de ellos.

Caían bombas en Sarajevo y los dos, empeñados en quererse con la fuerza de los que tienen los días contados, las escuchaban bajo las sábanas de aquel hotel para periodistas. Algún día muy próximo, se irían cada uno por su lado, abandonarían esa ciudad que les pertenecía en parte- cada ciudad donde te enamoras- pensaba ella- se te mete dentro y ya no se escapa.

Sarajevo, si sobrevivía a aquel invierno, sería siempre de los dos, estuvieran donde estuvieran, sin importar las coordenadas, las esquinas de las camas, los hoteles para periodistas. Sería para ellos.


Sarajevo sobrevivió, ellos sobrevivieron.
Llegó entonces la paz, en aquellos dos corazones guerreros.
La paz,
la reconstrucción
y tal vez el olvido,
-seguro, el olvido.

Cuestión de supervivencia.

jueves, 24 de julio de 2008

Demasiado tarde


Tus pies estaban mojados y desnudos en aquel amanecer de la ciudad del muro. Era la última noche y y tú querías alargarla hasta que fuera tan de día que a tus ojos no les quedara otro remedio que cerrarse. Se respiraba calma en aquel puente sobre el Spree, a pesar de que dentro de ti fluía un torbellino, un montón de preguntas sin respuestas, una cuerda floja sobre la que balancearte. Y siempre el miedo a la caída, al vacío, al desamor. Él se había marchado mucho antes de que la lluvia de verano mojara tus pies. Se había marchado con una promesa en la boca y muchas mentiras dentro. Y tú no sabías si creerle, aunque querías hacerlo, aunque sabías que creerle no era menos doloroso que no hacerlo.

Fue, en efecto, la última noche. Cogiste tus maletas y te fuiste, con las promesas y las mentiras, con las preguntas sin respuestas. Por el camino te entretuviste imaginando que las verdades no dolían, que podíais crear un pequeño universo en el que el mundo girara sin vosotros, ajenos a todo, felices. Fue real un instante, lo sentiste, lo viviste: era una habitación blanca con vistas al mar, eran las líneas de su espalda y tú querías seguirlas, ver hasta donde te llevaban. Fue real, pero sólo un instante. Después el miedo se cumplió y llegó la caída, el vacío, el desamor.


Tiempo después regresaste. Él ya no tenía mentiras que ofrecerte, ni promesas, solo algo abstracto que ni tú ni él queríais definir. La ciudad del muro volvió a mojar tus pies desnudos en un amanecer tranquilo que decidiste alargar hasta que la luz del día te permitiera ver la cosas con más claridad. Sobre el puente del Spree tus torbellinos se ahogaban sin remedio, y no importaban las respuestas porque ya no había preguntas. Las líneas de su espalda habían quedado difuminadas bajo las sábanas de una habitación con vistas al mar. Ya sabías donde te llevaban y no querías seguirlas. Eras distinta y no tenías miedo.

Él supo entonces que ya era demasiado tarde y le dolió.
Pero no lo lamentaste.

lunes, 21 de julio de 2008

poniendo ojitos


Se puso una de sus minifaldas favoritas, se alisó con calma su melena rubia, y salió a la calle a ponerle ojitos a todos los chicos guapos de Madrid. Pero Malasañaa, aquel sábado de calor imposible, era un desierto y los chicos guapos había huido a la playa o hacia otros brazos y otras melenas rubias. Apuró su cerveza en aquel bar con el aire acondicionado a todo trapo y se fue con su minifalda a ponerle ojitos a su cama vacía.

Pero cuando llegó, su cama vacía estaba repleta de recuerdos y de fantasmas. A punto de romperse en pedazos buscó con ansia el paquete de tabaco.
No
le
quedaban
cigarros.

Así que, minifalda y melena rubia, salió a buscar un bar abierto con máquina de tabaco. Lo encontró dos calles más abajo, casi llegando a Gran Vía. Era una taberna que debía estar a punto de cerrar y en la que nunca antes había entrado. Cuando pidió al camarero que autorizara a la máquina a venderle el maldito paquete de tabaco, se encontró con una mirada profunda que la traspasó entera.

- ¿sólo quieres eso? ¿no te apetece una cerveza? Te invito
- No gracias, sólo eso. Pero te tomo la palabra. Volveré a por esa cerveza.
- Eso espero Rubia.



Aquella noche soñó con chicos guapos que le ponían ojitos mientras subía marcando paso, minifalda y melena rubia, por la Gran Vía de Madrid.

martes, 15 de julio de 2008

donde regresa siempre el fugitivo


Madrid no duele y me gusta. No es una herida, ni una cicatriz, no es un esguince crónico que se resiente los días de tormenta. No es una foto que se queda amarilla, ni unas gafas que pasan de moda, ni un producto con fecha de caducidad. Madrid soy yo y nunca se escapa a pesar de las huidas.

Es donde esperas y te esperan. Donde lo conoces todo y todo te sorprende. Donde aterriza siempre el avión de vuelta de cualquier parte, y descansan las maletas sin deshacer. Madrid es donde no hay fiestas de despedida sin fiestas de bienvenida, donde se esconden todas las nostalgias y todos los proyectos, agazapados, a la espera de otro verano.

No es una postal, ni una foto fija.
Es una felicidad a ratos, un mar donde el oleaje no descansa, pero la playa te ofrece un lugar donde dormir, una fiesta que no acaba nunca, que acaba y no hay que recoger. Una borrachera sin resaca.

Madrid no duele, y me gusta.
Aunque a veces, mi alma nómada- la de los que tuvimos un mapa mundi, durante la infancia, colgado en la pared-, me haga olvidarlo.

sábado, 12 de julio de 2008

sábado cualquiera...


Podría ser un sábado cualquiera en Kreuzberg.
El parque está lleno, por fin, tan tarde, el sol. Llego a casa de Fran y bajamos a por un falafel hasta el sitio sudanés de Schleschises Tor. En la Wrangel Str. nos encontramos con la manifestación. Llena de gente, de música, de pancartas. Un poco más tarde nos unimos y llegamos hasta el río. Me encanta esa vista, la torre, el gris, el cielo que parece que va a caer sobre nosotros. Echo de menos la bicicleta, pero corre el viento y caminar también es una buena idea. Nos tomamos un helado cerca de casa. Ahora, de nuevo la ventana sobre Görtlitzer Park. Fran duerme y yo me pinto el ojo, cogeremos el tranvía en Warschauer Str. y con una cerveza llegaremos a Prenzlauer, iremos tal vez a la fiesta de Nadia, encontraremos con suerte algún Klub donde matar la noche a base de música industrial y luces de colores. Llegará el domingo.

Podría ser un sábado cualquiera en Kreuzberg, un sábado de una de mis vidas posibles, tan normal que no merecería ni una entrada de blog. Pero no lo es, es un sábado que robamos al calendario y que disfrutamos casi de prestado, que sólo nos pertenece en parte.

Como esta ciudad.
Como las vidas posibles.

miércoles, 9 de julio de 2008

Despertarse en una ciudad, acostarse en otra

Despertarse en una ciudad. Regar los geranios para que no se estropeen estos días. Guardar el cepillo de dientes. Bajar sonriendo a la calle y que la gente te mire. Te mire, sí, con tu maleta verde, con tu sonrisa. Disfruta de este día, será irrepetible, me dice mi móvil cuando lo enciendo en la estación de cercanías y así ni siquiera me importa que mañana abran el tunel de la risa y mi tren deje de pasar por Recoletos, y que me toque hacer trasbordo.
Ya
lo
pensaré
a
la
vuelta.Acostarse en otra. Llegar a Tegel: un abrazo que espera, un abrazo y una sonrisa y de repente LA CIUDAD, y un atardecer, y un montón de bicicletas, y dónde nos tomamos esa cerveza, y menos mal que te vas ya de aquí porque subir hasta este quinto sin ascensor es un horror, y comemos algo que estoy muerta de hambre, en el Rissani, ¿no?, y llamamos a Frauke, y...

Se me atragantan los y (¿los ys?, ¿las y griegas?)
y
en el fondo me da igual
porque es bonito, tan bonito, tan tan bonito:
despertarse en una ciudad,
acostarse en otra.

y
que esa otra tenga tu nombre
y
que ese nombre sea Berlín.

Cuento a la vista

Cuento a la vista
La parte niña del vestido a rayas